domingo, 15 de enero de 2012

44ª entrada. "La imaginación al poder":

Yo siempre he sido parte de un nada existencial, siempre me ha asomado a precipicios para sacarles fotos y recordármelos en mis tardes de alunizajes. 
He viajado por cientos de miles de millones de lugares y nunca he agarrado la felicidad con un lazo y la he dejado atada a mi mochila de viajero, llena de los utensilios básicos para el buen superviviente, un machete para cortar la desesperanza, espuma para suavizar el afeitaje de las mentiras que te impregnan la cara, una linterna para alumbrar verdades que nunca reflejan y una sábana para tapar la desilusión y hacerla desaparecer en el calor de las sonrisas de las estrellas. 
Poco a poco, he ido llenando mis manos de heridas, ya no escriben tan deprisa como cuando le lloraba a la luna pidiéndole clemencia, que me dejase dormir, que se me secaban los ojos de tanto escrudriñarla. Mis ojos ya no ven tan bien, uso gafas para que el viento que me soplan no me joda mis pestañas y para que la lejanía no se difumine entre loco y cuerdo. Mi voz se ha quebrado por la compañía con lo pernicioso del poco etanol que consumo y el mucho humo que he difuminado entre mi tráquea y mis escapatorias programadas. Mi olfato se ha acostumbrado al olor de los muertos y la pobredumbre de los pucheros de mamá, esos pucheros que levantan el calor del ser con una simple ristra de elementos vitales banales. 
Cuando me preguntan por mi vida respondo que bien, no he podido vivir una mejor. Tengo de todo sin poseer nada y vivo del miedo como primer y único principio. El miedo a perder todo lo que no poseo y a caer por debajo de mis cimientos y volver a encontrarme con mi enmascarado preferido, miedo a acompañarme de él, de nuevo, para componerle versos al llanto, a las sonrisas derrumbadas y a los fumadores asiduos de lagunas mentales. Por ahora, mi amigo, sigue allí, encerrado entre barrotes de madera y metal, durmiendo por milenios, sabiendo que volverá a trabajar, pero no será hoy, por éso está tranquilo, por éso yo lo estoy. 
En mis cientos de miles de millones de viajes he visto de todo y de nada, pero primero de todo, desde aves que se lanzan a por mamíferos más grandes hasta ratones bromeando a la mesa entre vinos y queso, pero no me cansan las visiones magistrales que me presenta el destino, más bien aprendo de cuánto hay y de qué poco está compuesto. 
Mendeleiev se la jugó a los presocráticos con sus elementos, pero también a los metafísicos cuando dijeron que todo era único, les dio una razón para seguir fascinados con la individualidad del ser, les hizo pensar que eran aún más únicos...y ninguno pensó que los hacía más solitarios, ellos pensaron que eran aún más compatibles con la regla del octeto, siempre ha habido una razón para sonreír ante la adversidad, supongo... 
He viajado en nube, en mariposa, en barco de juguete y en trenes de bambú, pero lo he hecho tan rápido que no he disfrutado del transporte, sólo de la fuerza del viento cuando vuelves de tu viaje a tus vivencias normales. 
Al final, entre paso y paso, vienes y vas, sobre todo si tienes contratada tu propia banda sonora y golpea tus oídos como si quisiesen boxear con tu subconsciente, porque la vida está para vivirla, supongo, y lo principal es que la campana que anuncia el siguiente ring, sea dulce con la armonía y valga para salar tu sudor cuando te estremezca la sinfonía que te tiene preparada el destino. 
Y es que da igual cuánto lo hagas, siempre descubres algo nuevo y siempre te saca los sentimientos más tapados, porque así es la imaginación, una gran ventana por la que el mar te susurra cuentos de barcos y piratas, cuentos de ángeles y demonios o historias sobre una prostituta y un ricachón, porque hasta el amor tiene cabida en una parte que controlamos, más o menos, de nuestra mente, porque vivimos entre imaginación y arpas desafinadas, vivimos en la inexistencia, y éso nos define. 
Así que la vida se queda coja cuando le das poco sentido a la imaginación, déjala volar, que remonte tu vida, querido lector.