lunes, 31 de diciembre de 2012

Pasos repasados

Última llamarada de mi mechero solitaria que ilumine mi mundo y último humo que me rodee mientras me dejo caer en mi sillón.
Qué sonrisa más tonta me sale cuando recuerdo todas las veces que lo he hecho y que fueron las últimas hasta el momento, sin mencionarlas por ningún sitio, quedando inconexas, inexistentes e insustanciales, simplemente banales y dulces, en mitad de mi espacio tiempo.
Ay de mí, piensa mi mirada al verme reflejado en la pantalla en negro, ay de ti que no puedes parar ni para respirar tu tiempo con tranquilidad, me dice.
Y mientras tanto, yo, poco a poco dejo de mirar esta mirada y me sitúo sobre el folio, aún en blanco, y pienso mil y una cosas, las pienso, sí, pero soy incapaz de conectarlas con el papel, así que me vuelvo a reclinar y sigo con mi tranquilidad, con mi tiempo fluyendo y mi cabeza volando.

Cuando empezó este año, supongo, nadie podía decirme, sin provocarme una carcajada, que se me iba a acabar la facilidad para escribir y que se me iba a turnar en un camino tortuoso que me provocase más frustración que alegría, que mi droga me iba a hacer adicto y su precio iba a ser alto.
Hoy, en su última madrugada, la que explotan los que no tienen memoria y sí futuro, no hay ruido en las calles, parece que todo el mundo descanse, pero tampoco me lo creo demasiado, quizás quieran parecer formales cuando llegue el momento de las uvas y los besos cordiales.

Intentaré, pues, como cada año, usar lo que queda de mi memoria para recordar con el pecho lo que no fui capaz de afrontar en su momento y que, aún hoy, me cuesta:

Empezó el año como un buen chiste, uno de los de club social, uno de los de todos reír, algunos atragantarse y otros muchos intentando retenerlo en la memoria para soltarlo en la próxima reunión que los haga partícipes. Así empezó, sin preocupaciones, con el cobijo de que nada podía salir mal y con la suavidad de unos labios bajo mi halo de protección.
Continuó el año como una estrella fugaz que iluminaba mi sonrisa, mis motivos o mis ganas y me tiraba "p'alante" con tanta fuerza que, aunque no hubiese querido, hubiese seguido avanzando.
Sin más, como es normal en mí, tropecé; perdí los labios, mi halo de protección se quebró, mi estrella fugaz se fue mientras meaba en una esquina y se me olvidaron todos los chistes que contar, quedándome sólo el desconsuelo de quien pierde una madre en periodo de lactancia y queda relegado a comer lo que empresas de hielo creen que debo consumir, con ese sabor que hace llorar al lactante por no ser del calor de su madre. Así me quedé, como lactante sin leche, sin calor, sin abrazos ni nanas.
Al poco, la inercia de cuando seguía a la estrella y mi falta de luminosidad posterior me hizo chocar con los árboles que se me fueron colando en cada curva, y yo quise seguir corriendo para alcanzar a mi estrella en eclipse, así que no paré ni porque una rama me arañase la cara o la espalda, continué.
Cuando me quise dar cuenta, en mi correr sin luz, me quedé sin camino y la inercia que ya llevaba sonó a canción de despedida cuando caí por mis barrancos, los que se crearon a partir de las grietas de mi halo de protección, y caí, y caí, y caí.
Cuando desperté estaba en el psiquiátrico de mi propio mundo, botando con mi camisa de fuerza, hablando con mis miles de facetas buscando la que me diese la llave para salir. A cámara lenta y sepia, mi mundo empezó a verse como un callejón sin salida, mudo y sin subtítulos.
Cuando me dispuse a cerrar los ojos y esperar, me abofetearon la cara con máscaras de polietileno y me mantuvieron despierto con chistes malos, como si la vida tuviese más sentido con esos chistes cortos que la gente suelta cuando nadie tiene nada que decir y crean el terreno perfecto para que un grillo les amenice el rato que les queda.
Me obligaron a mantenerme despierto y me dieron mi máscara de polietileno, hecha 100% en probeta, y yo continué, y olvidé mi parte natura, mi parte más herbácea, en un rincón, porque los señores de las máscaras me lo dijeron, que mi natura no era nada sin mi polietileno, así que tendría que aprender a usar mi máscara antes de poder aparentar ser una persona normal. Y así me recluí, entre rincones oscuros, puertas abiertas y las preguntas...cuántas preguntas. Todo el mundo tenía preguntas, algunos hasta lágrimas, otros hasta compasión, odiaba sus miradas de compasión, pero no lo sabían, total, mi cara estaba tras la máscara.
Con el tiempo, no sé qué pasó que me decidí a retomar el camino, sin máscara ni natura, con la única ayuda de mis ganas, y así comencé a andar, sin rumbo ni metas, simplemente, andar por andar.
En realidad, mi año termina en una caminata interminable, con momentos remarcables y no tan remarcables, sin recordar mejores labios que los que una vez protegí, sin saber si realmente los quiero o los odio, si volveré a tener algunos parecidos o mi estrella fugaz desapareció, sin más.
Por el momento, como dice una buena canción, "si algo me inspira, huyo", y no permito que nadie pierda su luminosidad en guiarme, porque quiero andar sin propósitos, por el simple hecho de andar. Recorrer cañones, espaldas, ametralladores y caderas, labios secos y húmedos, ojos alegres y tristes, playa y montaña, ciudad y selva, sin más preocupación que seguir andando, sin saber si mis huellas se marcan en el suelo o no, sólo sabiendo que quiero seguir para saber hasta donde puedo llegar sin agua ni gas.

Sin más, deseo un feliz 2013 a todos los lectores y los no lectores, que este año esté cargado de gratas sorpresas y experiencias inolvidables que sirvan y no sólo dañen. Espero que nuestro mundo no se destruya por la progresiva falta de sueños y demasiadas horas de dormir, que el tiempo nos ponga en nuestro lugar y que la música no pare hasta que no deje de haber música.

Como siempre, gracias y de nada.

sábado, 8 de diciembre de 2012

La balsa

Porque no hay nada como mecerse entre esas pequeñas ondas que se forman en el agua, con el pelo mojado, con las orejas sumergidas, oyendo lo que el mundo acuático que te sumerge te quiera susurrar.
Porque no hay nada como cerrar los ojos y dejarse llevar por ese frío que acalla tu calor y le da sentido a las toallas.
Por todo ello y por más, es por ello que nos alejamos del agua, porque nos gusta y nos atrae, porque nos aleja de nuestra realidad de granito y nos acerca a nuestro corazón de nube de algodón.

Mis oídos funcionan a su voz y su sonrisa, su pelo recogido a una oreja, su naricilla rozando mi mejilla. Mis ojos recién abiertos y mi boca despegándose para poder entonar la mejor canción que sé, ese áspero "buenos días", otra vez cantada y otra vez el público se levanta a aplaudir con un beso.
Esa cama que me puede contar mil batallas y pocas perdidas por cualquier bando que ahora nos ve como siempre, jugueteando con la luz y no puedo parar de mirar su sonrisa, sinceramente, no puedo. No puedo parar de ver esos pliegues una y otra vez, de querer taparlos con mi sonrisa y cubrirnos el uno al otro en miles de cuentos.
No puedo, y lo peor, es que aunque pudiese, no quiero.
Esa sonrisa que me ha traído tanto y me ha pedido tan poco es tan sincera como los sí de un niño o los no de un borracho, es tan sincera como los miles de lametones que me habrá dado y habrá dado más allá de mí pero que no tengo que perdonar porque todos nos tropezamos hasta encontrar el tropezón definitivo, que no sé si seré yo, pero, desde luego, yo no encontraré mejor sonrisa que la suya.
Esta cama que nos recoge me está pidiendo que no la pierda y yo la miro condescendiente, no hace falta que me lo digas, amiga, sé lo que tengo y que no lo quiero perder, por nada del mundo quiero perderla ni a ella ni a su sonrisa.
Mi mano le recoge el pelo a la otra oreja y ella se echa sobre mi mano, que sujeta su cabeza para acercarla a mi boca y, después, dejarla junto a mí.
-No me valdrán tus tretas para que no te levantes, dormilón.
-¿Qué más dará que me levante o no? ¡Tengo mil tesoros escondidos sobre la cama!
-Ah, ¿sí? Pues yo te sigo viendo igual de pobre de espíritu que cuando te recogí.
-Puede, pero, aunque pobre, feliz de tener mi pan de cada día. - Porque ella para mí es maná del cielo y porque desde que la tengo no soy pobre de espíritu.
Y los dos nos quedamos, juntos, abrazados, ajenos al mundo...hasta que el mundo nos rugió.