sábado, 8 de diciembre de 2012

La balsa

Porque no hay nada como mecerse entre esas pequeñas ondas que se forman en el agua, con el pelo mojado, con las orejas sumergidas, oyendo lo que el mundo acuático que te sumerge te quiera susurrar.
Porque no hay nada como cerrar los ojos y dejarse llevar por ese frío que acalla tu calor y le da sentido a las toallas.
Por todo ello y por más, es por ello que nos alejamos del agua, porque nos gusta y nos atrae, porque nos aleja de nuestra realidad de granito y nos acerca a nuestro corazón de nube de algodón.

Mis oídos funcionan a su voz y su sonrisa, su pelo recogido a una oreja, su naricilla rozando mi mejilla. Mis ojos recién abiertos y mi boca despegándose para poder entonar la mejor canción que sé, ese áspero "buenos días", otra vez cantada y otra vez el público se levanta a aplaudir con un beso.
Esa cama que me puede contar mil batallas y pocas perdidas por cualquier bando que ahora nos ve como siempre, jugueteando con la luz y no puedo parar de mirar su sonrisa, sinceramente, no puedo. No puedo parar de ver esos pliegues una y otra vez, de querer taparlos con mi sonrisa y cubrirnos el uno al otro en miles de cuentos.
No puedo, y lo peor, es que aunque pudiese, no quiero.
Esa sonrisa que me ha traído tanto y me ha pedido tan poco es tan sincera como los sí de un niño o los no de un borracho, es tan sincera como los miles de lametones que me habrá dado y habrá dado más allá de mí pero que no tengo que perdonar porque todos nos tropezamos hasta encontrar el tropezón definitivo, que no sé si seré yo, pero, desde luego, yo no encontraré mejor sonrisa que la suya.
Esta cama que nos recoge me está pidiendo que no la pierda y yo la miro condescendiente, no hace falta que me lo digas, amiga, sé lo que tengo y que no lo quiero perder, por nada del mundo quiero perderla ni a ella ni a su sonrisa.
Mi mano le recoge el pelo a la otra oreja y ella se echa sobre mi mano, que sujeta su cabeza para acercarla a mi boca y, después, dejarla junto a mí.
-No me valdrán tus tretas para que no te levantes, dormilón.
-¿Qué más dará que me levante o no? ¡Tengo mil tesoros escondidos sobre la cama!
-Ah, ¿sí? Pues yo te sigo viendo igual de pobre de espíritu que cuando te recogí.
-Puede, pero, aunque pobre, feliz de tener mi pan de cada día. - Porque ella para mí es maná del cielo y porque desde que la tengo no soy pobre de espíritu.
Y los dos nos quedamos, juntos, abrazados, ajenos al mundo...hasta que el mundo nos rugió.

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