lunes, 15 de julio de 2013

Para usted

24ºC o 24 K me separan del hielo y, sin embargo, ahora que me alumbra la espalda esta bombilla siento mi sombra pesada, fría, oscura...podría insertar la retahíla ya, pero entonces no guardaría para el final las lágrimas de cristal.
"El azul no es sólo un color", creo que leí una vez. Supongo que así me siento, como el color azul, relegado a esa función, a ser lo que es y punto, a que lo vistan, lo usen o lo menosprecien, pero, sobre todo, a ser.
Soy, más allá de lo que significa la palabra. No me refiero a la existencia, ni tampoco a la trascendencia, más bien a la incoherencia, al simple y llano hecho de que sin dejar de ser un color, simboliza todo lo que un día fue triste y, al día siguiente, fue felicidad. Ser. Soy. La transformación, la epifanía, el cambio.

Viste de seda estos trajes,
y algunos le parecen anclajes.
Lo hunden al fondo de su abismo
y, aún así, sigue sin encontrarse a sí mismo.
Se volvieron llanas sus rimas
antes de encontrarse en tu cima,
sí, la tuya, la del leyente,
la del ferviente creyente
que viaja a contra mente
y reza a ésta, en mis ojos patente...
Hablo de la insana y rota costumbre de lamer a la tristeza,
hablo de romper con las cuevas que hay más allá de la belleza
y centrarse en lo más simple con la suficiente destreza,
hablo de acudir a la cordura con la más extraña presteza,
de la que visten tus modales, los que guarda tu rota cabeza.

Este viento no sopla a mi calor, estas sábanas no tapan mi frío, esta habitación no silencia mi ruido, esta puerta no cierra mi olvido. Esta lámpara no alumbra mis males, esta luz no atiende a razones, ésta es la verdad de mis elementos. Ni la luz, ni la física, ni siquiera la química guardan mi sentido más estricto. Ni la partícula, ni el total, ni el principio, ni el fin, sólo el presente que se marchita en mis manos y me arrebata el oxígeno es algo a lo que aferrarse para describir lo que llevo dentro. El presente, el pasado más cercano y, a la vez, el que más lejos queda dentro de mi subconsciente. Saber que no habrá más una noche de julio a las 12 de la noche a la que yo le cante mi quiebro a la luna de esta manera, saber que no volveré a sonar como el roble que cae en esta noche, en este segundo.

En este segundo que le regalo al folio estoy perdiendo mi aliento y así, realmente, lo siento. No hay sonrisa pagada con tarjeta, ni vino que nuble mi mente que me recite el verso que alivie esta sin razón. Este vienes sin nada y te vas dejándolo todo, este viernes sin su fin de semana, este jueves sin su luto. Mi fruta más prohibida es pensar en el tiempo, la más dulce y la que más llena de arena seca mi boca, la que cae al fondo de mi pozo y rellena los campos de mis olivos. El tiempo. La arena, el viento. La verdad y el lamento. El juez y el papel sobre el que escribe su condena.

Mi jurado popular no fue nunca el tiempo, no fue. No existió. No hubo nunca nada parecido. No hubo visión conjunta, ni siquiera solitaria, sólo hubo miradas, prejuicios, lamentos e incluso ojos cansados que creyeron saberlo todo sin saber nada. Mi jurado no es popular, ni siquiera es jurado, ni siquiera existe. Existir. Ser.

Estas líneas que se escriben al azar, que no guardan más que la cadena de mis sentidos y se fusionan con la casualidad, éstas son mi legado, el legado de una mente que ni yo entiendo, de una que no construyó nadie y, hoy, se levanta sobre la arena del tiempo. Ni siquiera guarda un mínimo de cordura.

Este alcohol no cura mis heridas, las ensancha y alegra, las hace relucir con lentejuelas, las hace bailar con mis dedos y sacan brillo a esta vieja pista de baile blanca.

Por hoy, para mí no es suficiente, en cambio, para usted...

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