jueves, 17 de marzo de 2011

Vigésimo novena entrada. teatro:

Murmullos. Sonrisas burlonas a través del terciopelo. Coro de monstruos ultimando detalles. Nerviosismo de actores. La máscara está colgada en un altar.
Termina la espera, el telón se abre con un sonido a cuerda y poleas característico. En el centro está él, con la máscara, el foco alumbra su cara y se puede ver que la luz entra por los agujeros para los ojos mostrando carne que renunció a su esencia hace bastante.
Comienza la función, las primeras filas permiten a su cuello un sobreesfuerzo y las centrales ocupadas por críticos son protagonistas, aún más que los propios actores. En las últimas filas están amigos, familiares y demás invitados.
El hombre de la máscara se mueve de un lado a otro, no se escucha palabra alguna, pero todo el mundo sigue la trama. Salen más actores, todos deformes y sin máscaras. El hombre de la máscara los mira con los ojos a ras de suelo, este no es su momento, pero sí su escena. Un palazo y gente ríe, una declaración y gente llora, alguien que se va y gente que se muerde los labios para ahogar a su alma dejándola dormida en su garganta.
La música es lo único que desafía al sonido, ni los pasos ni movimientos de los actores son tan atrevidos, y el silencio se reverencia ante el sonido de bolis, lápices y plumas sobre los cuadernos de los críticos.
El teatro continúa, y se mueve tanto por dentro como por fuera. Hay goteras pero no llueve, hay focos porque la oscuridad reina, pero fuera hace sol, dentro todos están abrigados, pero fuera hace calor...
Termina, la camarilla de actores decide ir a tomar algo para celebrar la primera, el hombre de la máscara se sienta en el escenario y decide quedarse a respirar el aire que ha quedado, corrupto por sus ganas de volver a repetir. Las luces se apagan y algún gracioso dejó encendido el foco incidiendo en el cuerpo del pobre hombre.
Se escucha la puerta cerrarse en un ruido seco que quiebra el ambiente y el hombre se separa de su máscara, vuelve a mirar al suelo y con expresión de no entender nada manda plegarias a su alma. La máscara está rota por los golpes, pero su cuerpo aún intacto.
Entonces entra ella, una chica vestida de verde y azul, con un lazo que avanza por los exteriores de la sala. El hombre nota su presencia, pero no la mira. La chica se acerca a por su pertenencia olvidada, pero a ella tampoco la espera nadie hoy, así que se sienta frente al hombre y charlan.
Se escucharon preguntas, respuestas y bromas, pero nadie rio, ni respondió, ni preguntó, simplemente miraron a los ojos del otro.
El tiempo pasa, y en su propio mundo espectral las almas amantes del buen teatro aplauden a la inacabada obra y vitorean la interpretación del actor. Las almas de ángeles rodean con su luz la oscuridad que reina vigente por la pesadumbre de las vigas destruidas por cualquier razón.
Ninguno de los 2 cenará esta noche, pero beberan sus lágrimas en vasos de cristal.
Su pelo...¿su pelo es incoloro o es la sombra? No importa, el hombre aún no se ha movido y la chica lo mira atenta.
Redobles de tambor y nadie los apremia. ¿Es esto todo? Quizás.
La máscara sigue tumbada y es lo único que alumbra el foco. El hombre y la chica fueron y la máscara sangra su dependencia de un alma atormentada.
El teatro no está vivo, la vida es teatro.

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