viernes, 6 de mayo de 2011

Trigésima primera entrada. 30 las letanías:

Canción recomendada 
Si bien nunca os he hablado de la historia de la ciudad llamada -C- lo he hecho para salvaros de lo que posiblemente es la locura más innecesaria.
Está habitada por peculiares personas, todas distintas, todas unidas.
Las casas son individuales y familiares, es una especie de requisito, de colores pastel que le dan un aspecto macabro al lugar. Todos los jardines son lugares donde pelotas, bicicletas y coches aparcados conviven bajo el reinado de aspersores y su juego con el perro de algún vecino que se olvidó de enseñarle a no ladrar.
Todos los padres de familia son empresarios con maletines marrones, negros o metálicos, a gusto del consumidor, y todos salen a la misma hora para dejar a su familia a la luz de una cocina marchita, vacía en parte. Las madres de familia crean un matriarcado vecinal cada día y luchan en discusiones políticas sobre la ciudad cada día en su trabajo como representantes  del progreso y la unidad.
Los chicos y las chicas nacen sabiendo su destino y cómo prepararse el desayuno. Estudian en colegios sin barrotes y sin jardines, con mesas tricolores y con profesores enchaquetados.
Todos los funcionarios son exteriores a la ciudad porque dañarían la imagen de progreso empresarial y unidad política, así que cada día la autopista principal se llena de colores metálicos cubiertos de monóxido de carbono que rugen, como leones.
-Y- es un chico de la ciudad que decidió rebelarse viendo que todo era tan mecánico que podría deducir qué pasaría segundo a segundo. Todo funcionaba como un reloj...
Quizás querréis saber por qué -Y- era el único que parecía interesarse en este hecho...y la verdad es que el destino se le rebeló a él. Su familia no tenía ningún sobresalto habitual, como cualquier otra, sólo pequeñas broncas a la hora de comer por las notas de -Y-, pero desde hacía un año su hermana -X- dejaba esas conversaciones para recostarse en madera de pino en el cementerio regional a causa de una enfermedad congénita que no afectaría a -Y-, pero que parecía ser causa de un mal uso de las señales telefónicas.
-Y- perdió a su hermana a los 12 años, siendo su hermana 2 años mayor que él, como era costumbre regional. No perdió a una hermana, perdió su propia alma, su amiga, su confidente, su compañera a la hora de correr del perro del vecino.
Era el único sin hermana en la ciudad, pero los chicos estaban tan bien entrenados que no hacían más que prestarle su apoyo, aunque para -Y- no era suficiente porque su hermana nunca soplaría más velas en su cumpleaños ni le contaría historias fantásticas...-Y- desarrolló su imaginación para poder dormir a falta de la de su hermana.
Su ventana cristalina no era más que un cuadro en movimiento que cada día señalaba las mismas escenas y él se cansó, así que decidió vengarse de la monotonía. Planteó primeros problemas al pintar buzones de color verde con pintura acrílica y rapó al gato de su vecina ya anciana.
Pero cada día seguían las mismas escenas porque todos pensaban que el responsable sería exterior al pueblo y no se hizo más que ensalzar la imagen de unidad ciudadana y de progreso con respecto al resto.
-Y- no cejó en su empeño y cada día ideaba nuevas formas de romper el habitual equilibrio que caracterizaba a aquella ciudad, pero nunca conseguía nada.
Creció poco a poco intentando escapar de aquel lugar, pero nunca consiguió nada atado por tantos chicos y chicas educados para ayudarlo a superponerse a la pérdida de -X- y por la común vigilancia de la frontera entre la ciudad y "el mundo exterior" por parte de los funcionarios.
A sus veinte años, -Y-, seguía inmerso en un mundo paralelo y lejano al que volaba con alas plumadas de ángel, donde sólo estaba él y el eterno cambio necesario para su desarrollo. Pese a querer cambio nunca se planteó cambiar su propia vida para no ser malmirado, quizás porque sabía que la estabilidad de una rutina le ayudaba a seguir escapando del mundo y olvidarse de que su hermana no estaba. Pero llegó la edad en la que los chicos se despedían de sus familias y, con una coordinación exacta, todas las puertas de las familias con hijos de 20 años se abrieron, excepto la de -Y-, que aún se despedía de sus padres.
Horas después él marchaba a su nueva casa que, entre dinero del banco regional y sus padres, se había comprado. Evidentemente la compró en "el mundo exterior" pese a que sus padres intentaron convencerlo, pero la ciudad lo vio bien "para que su progreso se difundiese y el mundo fuese mejor".
La vida de -Y- cambió lo justo para tener que buscarse trabajo en vez de estudiar y para que empezasen a entrar chicas en su casa, pero no era suficiente para suplir la falta de su hermana, ni el sexo ni estar ocupado. Y así vivió, durante 23 años, atado a una rutina que él era incapaz de entender, descansos regulares, clientes rutinarios...
Apesadumbrado, -Y-, que nunca tuvo más que su imaginación, decidió acabar con su vida y entre una cuerda y un tabique en la pared superior de su piso sin apenas decorar finiquitaron su garganta sin ninguna resistencia por su parte.
En la ciudad, que seguía de cerca su vida, se montó un gran revuelo, tal que hasta los hombres fueron aquel día a la reunión política para saber cómo interpretar aquel suceso. Miles de propuestas para entender aquello, pero no convencían a nadie, y, entonces, de los labios de la mujer que había cuidado de -Y- durante veinte años, cuatro meses y tres días salieron sentencias abrumadoras pero, quizás, correctas:
"Nunca hemos discutido la corriente que hasta ahora hemos llamado tiempo. Hemos vivido al margen de lo que, quizás, fuera una línea elíptica, al contrario que circular. Hemos dirigido el progreso desde tiempos que algunos ni han vivido, como yo. Desde los tiempos de la primera familia que se situó aquí en busca de mejores condiciones en un mundo hambriento de sufrimientos. Ahora, que la línea vuelve al principio nos negamos a aceptar que no es más que un simple estado cíclico y que esto que le ha ocurrido a mi familia no es más que la muestra de que nuestra existencia ha llegado a su fin. Hemos alcanzado el límite, y tal fue así que decidimos seguir progresando pese a que este progreso nos cueste el bienestar de nuestros hijos o incluso su vida. Ahora es, compañeros, cuando debemos apartarnos y dejar al mundo continuar a su ritmo."
Quizás desde un punto de vista más racional, esta visión suicida es una locura, pero en la ciudad todas las miradas bajaron y lo comprendieron como cierto.
Días después y ante la sorpresa de los funcionarios, la ciudad era la sombra de un fantasma y las familias eran la estampa del hastío presente en -Y-, todas muertas unidas, pero de distinta manera, cada una con su propio ritual. Los perros ladraban ahora a las puertas cerradas y el cielo ocultaba al sol que no era capaz de soportar aquel suicidio en masa.
La ciudad, que hasta entonces fue la cuna del progreso y aquella cumbre que perseguía toda civilización que la conociese, fue la que invocó a un suicidio en masa aún mayor y pocos meses después los perros ladraban más puertas a lo largo de todo el mundo.
Todo ésto pasó en otro mundo, pero pasó, y de todo lo que una vez fue sólo quedó un sueño, el sueño de -Y- de cambiar el mundo...

0 comentarios: