lunes, 27 de agosto de 2012

Verde, color melón.

Melómanos con nuestra música de fondo. El de hawaiano soy yo.
No siempre me pasa que veo la vida del color de lo translúcido. Nado entre su aire y lo hago sin objetivos claros hasta que una luz se cuela entre lo que quiera que haya en el agua de mar donde siempre me he bañado, en esas costas verdes más que cristalinas. Lo que quiero decir es que hallas un hilo de luz, que sabes que está lejos y, simplemente, nadas hacia ella esperando por fin poder soltar toda tu botella de oxígeno, con lo que pesa, y poder respirar aire por tu nariz sin miedo, poder parar y gritar sin miedo a "ahogar" tu grito en la inmensidad.
Ron en un melón o cañita en jarrita, amigo a mi derecha con mirada maltrecha o colega a mi izquierda perdido en lo que es para él su hierba, da igual. Mi casa, mi aire, mis amigos, mi melón, mi alcohol, mi cañita y la noche como telón de fondo, sabiendo que se tirará sobre nosotros y nos comerá, ahí seguimos, entre humo de tabaco y cachimba sin limpiar, lo que, por supuesto, nos caracteriza. Por una vez no estoy más pendiente de lo que pone en los manuales que de lo que está pasando, intento aprender de mi derecha y de mi izquierda, de como la vida puede ser tan dual que hasta en una sola habitación puede haber realidades tan separadas, formas de afrontamiento tan bestialmente diferentes al mismo hecho.
Cuando, más tarde, pasamos a reírnos de la inocencia y la "magia" inundó el espacio que nos permitía mi salón, cuando el mago ríe si le sale el truco bien y el espectador se queda boquiabierto escudriñándolo todo en busca de la carta chivata o de la mano traidora que le avisó de qué decir o elegir, la realidad dual cambió. Por un lado, tuve a mi izquierda el nerviosismo de destapar lo que de verdad escondía la magia y, por mi derecha, la clara sonrisa de boca abierta y carcajada que hace al público sentirse mágico, ante un milagro, casi. No sé si fue el alcohol o la situación lo que me hizo pensar, lo que me hizo sentir que algo fluía más allá de las cañitas y nuestras arterias y venas.
Las risas en la cocina porque no me sale el zumo del melón o el hambre saciada por una pizza valieron la pena para darme cuenta de que, quizás, la sonrisa de pequeña probeta exista o no, ¿pero hasta qué punto vale la pena preocuparse mientras siga teniéndola? Como todo, sé que la perderé, sé que me arrepentiré de habérmela puesto y empiezo a comprender que este es mi ciclo, ésto es lo que me duele; vuelvo a estar "enamorado" de algo que sé que se irá y, de nuevo, no haré nada para remediarlo, sólo disfrutar de su presencia, de "sus" sonrisas y de las noches, tardes o mañanas de sexo.
No obstante, me gustaría puntualizar que la casa se quedó sólo anfitriona de 3 bocas suspiradoras, mi derecha y mi frente conmigo. No sabiendo qué hacer me ofusqué porque mi máscara de probeta me obligaba a difundirse, pero debo también aceptar que los estados anímicos se pegan, sí, pero normalmente de forma negativa, es decir, la felicidad cuesta contagiarla, cuesta mucho.

4 comentarios:

alejandro dijo...

cosa bonita no niño¿?

Miguel Ángel dijo...

La buena compañía siempre ayuda a escribir, no sólo se puede escribir de lo que hay dentro, tío.

alejandro dijo...

me siento alagado :) (putada escribir contraseña cada vez q escribes aki algo..

Miguel Ángel dijo...

A mí no me hace escribir contraseña xD