martes, 20 de septiembre de 2011

37ª entrada. Y la llamamos hipocresía:

Se explica cuando la mirada de un interés poco explicado se desliza por la víctima del tren arroyador que supone la corriente temporal que llamamos vida.
Se usa cuando el solicitante de la misma zumba sobre las mareas del interés social, sobre una, poco explicada, entramada red de intereses emocionales.
Se suele usar fuerte, como las rocas afiladas que apedrean el cuerpo del lapidado. Es fría, vestida de putón de fiesta de pueblo, robando besos con carmín y sonrisas o ceños infames. La usan como si fuese una articulación empática, como si salvase algo en su vida y como si el cielo fuese a cumplir sus designios reservándole la plaza V.I.P. en el aparcamiento de mentiras y falsas sensaciones de algodón.
Sigue sin ser más que la ola que tumba la sinceridad y la ahoga con un sabor fuerte, digno de quien mata una relación a base de "boca-bocas" sin aire y sin calor, ni siquiera intención socorrista.
Son falsas como las ilusiones de un mago, pero ciertas como que son un truco.
La usan, no saben por qué ni lo sabrán, pero la usan. Amargan el aire, pero les da igual porque tienen el paladar del monstruo que se esconde tras preguntas desinteresadas o elogios desmotivados por una causa alejada del sentido común.
La usan y nos rodean. Me rodean y la usan. La odio y la siento, como el beso de azufre de la parca que sentencia una relación.
Fría y distante, real.

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